viernes, 19 de junio de 2015

Perdido el rumbo

En el Océano Atlántico la costumbre del silencio hace que los hombres de mar pasen horas divagando en interminables pensamientos. No se siente la necesidad de intercambiar palabras, se habla justo lo necesario. El golpeo de las corrientes en el caparazón del navío son como latidos que recuerdan que uno está vivo, los hombres se encuentran en su hábitat natural. El sabor a sal, la brisa, el sol de medio día, el rumor de que se aproxima cambio en el tiempo, el crujir de las estructuras,… son también un lenguaje del que uno aprende a escuchar en el silencio y extraer señales vitales para comprender la mar.

Puede llegar el caso de que si juntas algunas guardias a deshoras con una labor solitaria no encuentres la obligación de articular palabra en un par de días. Y eso es lo que ocurre hoy, primer día de un turbulento otoño. Después de una negra noche de guardia me encuentro descansando en mi litera. En mi letargo entre cabezadas llevo toda la mañana escuchando discusiones en cubierta. Algo ocurre y al medio día decido subir para averiguarlo por mí mismo. Al abrir la compuerta del camarote escucho golpes en bodega donde almacenamos las  viandas. Parece como si alguien estuviera buscando algo con mucha prisa, revolviéndolo todo. Al entrar en la bodega mi inquietud aumenta. Asombrado, observo en silencio a un compañero saqueando toda la mercancía. Al verme hace una parada y con voz temblorosa sólo acierta a decir: "¡Una auténtica catástrofe, no puede ser cierto. Una auténtica catástrofe!".

Totalmente desquiciado regresa a su paranoia. Trato de hablar con él pero está desquiciado así que desisto dirigiéndome escaleras arriba hacia cubierta.

Arriba, el panorama no es mucho mejor. Toda la tripulación se encuentra presa del pánico. Entre frases entrecortadas y algunas conversaciones consigo, vagamente, averiguar qué ocurre. Al parecer todo el cargamento de ron está en mal estado. Todas las barricas desprenden el mismo asqueroso hedor y no parece que pueda ser consumido. El pánico se ha apoderado de la tripulación. Cualquiera sabe que un marinero no está capacitado para navegar sin un trago en el cuerpo.

En el horizonte sólo se divisa el infinito azul. Millas inalcanzables para un grupo de hombres totalmente perdidos, vencidos e inútiles para tomar las riendas del navío. La desaparición del oro líquido ha mermado las capacidades de la tripulación en sólo unas horas. Un marinero seco es un marinero desorientado, que no entiende su brújula, que no interpreta las señales del cielo, que tiene vértigo, pánico.

Hacia cualquier dirección en la que dirijo mi mirada el panorama es similar. En la proa algunos hombres discuten hacia dónde debe estar el norte. El capitán, asustado, se desentiende dejando que las corrientes dirijan el navío, meciéndolo desamparado hacia un destino incierto. El resto de la tripulación comienza a tener signos de mareo. Tropiezan con torpeza vomitando, sintiéndose fuera de lugar, hombres de secano.

Es curioso que el ron, germen de tantos conflictos entre marineros y motivo habitual de peleas, sea el verdadero vínculo entre el hombre y la mar. La situación parece irreversible. Las horas se convierten con rapidez en días hasta llegar a la semana.

El barco, provisto de suministros para pescar en bancos cercanos al continente africano no está preparado para una eventualidad que supere los 3 o 4 días sin fondear en tierra firme. Algunos hombres, ya enfermos por la hambruna y desorientados gritan al cielo pidiendo un trago de ron. ¡Sólo con una botella seríamos capaces de volver a tierra!

El "Big Fish" agónico muere lentamente. La esperanza, reventada desde el día en que desapareció el ron, no ha retornado a la tripulación llevando 12 días desde la funesta noticia.

El día quince amanece con un clima espléndido. Antagónico al estado de ánimo del barco. Soleado, calma chicha. En cubierta, algunos hombres -los que aún tienen algo de fuerzas- leen frases aleatoriamente extraídas de la biblia. El marinero Fancio, el más longevo del barco, es la primera muerte anunciada, la primera víctima del ron a bordo. El silencio pesa, va alejando las imágenes de los familiares y el sueño de volver a verlos en esta vida.

Asustado, me acuesto en mi litera a escribir. Relato lo ocurrido, me despido de los que quiero… cuando un susurro me alerta de que algo sucede en la litera de Basilio. Basilio es un hombre listo, preparado. Antes de trabajar en el Big Fish comenzó incluso estudios en química. Acabó entre nosotros por motivos que no vienen ahora al caso.

Basilio, hombre inquieto, habría estado haciendo extraños experimentos desde hacía meses en cada salida que hacíamos. Fiel a nuestra condición de hombres de mar nadie cuestionó nunca sobre sus movimientos.

Ahora, en el ocaso de nuestras vidas, parecía que lo que Basilio contaba adquiría vital importancia -nunca mejor dicho-. Por lo que entiendo, ha tratado en cada viaje de ir fermentado las frutas que estaban en mal estado de la cocina. Kilos y kilos que con calma ha destilado hasta que hoy, a los quince días de nuestra odisea ha conseguido testar sus últimos intentos corroborando su maravilloso éxito.

Con rapidez se programó un racionamiento equilibrado y justo. Primero un trago a los moribundos, que aunque no era ron lo agradecieron igualmente. A continuación el capitán y su equipo de mando. De pronto, el sol comenzó a guiar nuestro destino. La brisa sabía diferente, retomaba ese ligero sabor a vida. En cuestión de días el cielo nos mostró algunas gaviotas que presagiaron nuestra victoria.

El ron nos había guiado hacia la muerte pero la pericia de Basilio y su alcohol destilado nos habían devuelto a la vida, retomar nuestro rumbo perdido.

Lisboa, ciudad que mira hacia el mar. Mayo 2013.
La isla sin Camarón.

Dedicado al químico africano

4 comentarios:

  1. Precioso La Isla, me encantó, no nos hagas esperar tanto para viajar con tus letras.

    Eres un artísta!

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  2. Pero a ver aclara... ¿eso es lo que está haciendo el químico en África?? je,je...
    Bonito relato brother!

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    1. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. No seré yo quién señale a ningún químico, y menos africano... jijiiji

      Gracias!

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