miércoles, 27 de enero de 2016

Amor se escribe con hache

A orillas de ninguna parte emergió, entre 7 saltos de mata. A medio camino del trópico que paladea los idílicos climas encontrados. Envuelta en un manto oceánico situó estratégicamente uno de sus puntos cardinales.

Besando el mar en cada latido, el océano acabó por envolver sus calles con ternura. En todas direcciones hay vida, sientes libertad a pesar de los límites geográficos y el asfalto... La ciudad del mar. Así es como la conocían marineros y comerciantes que durante siglos y en trayectos hacia el nuevo continente hacían un alto para hacer cuenta de víveres…

Y así creció, al amparo del estraperlo, del trueque cambuyonero; de las influencias y conexiones culturales y cíclicas; del amor y el odio metropolitano; de vida que rebosa desde el istmo hasta el corazón de sus habitantes.

Al menos así la soñé, o esa es la imagen que conservé hasta que la conocí. Andando con paso seguro, aire misterioso y colmillos afilados. Sentada en una de esas tertulias de café que una época frecuenté aprendí su nombre.

Conocí en ese café su rabiosa forma de llevar siempre la contraria por principios. Afición al inconformismo que la llevó a no estar de acuerdo consigo misma si era preciso para la causa. Desde ese día, mantuvimos una relación de amistad fijo-discontinua. Sin sentir jamás molestia alguna, pero sin que ninguno de los dos demostrara un afecto especial.

Nos cruzábamos y sonreíamos mientras entre banalidades me daba la sensación de que nos admirábamos mutuamente. Llegué a pensar que era un privilegiado, no recuerdo que me rebatiera, por lo que entiendo que se sentía bien conmigo.

Empeñada en cabalgar a lomos de la contracultura, buscando su sitio en el mundo llegó a danzar por la bohemia, el romanticismo, alinearse a las ideologías hippies nostálgicas, bailar música bacalao, probar diversas adicciones nocivas, tantear la cultura vegetariana y macrobiótica y hasta flirtear con la cultura punk. Se podrían escribir varias novelas de su personaje pero pecaría de sobreactuado… no lo veo cómo un superventas.

Pasó el tiempo y continuamos igual. Pero distanciando cada vez más nuestros encuentros fortuitos. Por unos años creí que se la habría tragado la tierra. Aunque si me lo planteaba bien podría ser, viniendo de ella, que se hubiera alistado a los boinas azules, ingresado en una secta o estuviera haciendo macramé en Bolivia… cualquier cosa era posible viniendo de ella. Tenía todas las papeletas para que nunca fuera administrativa (con todos mis respetos para esos nobles currantes).

Hoy, después de muchos años apareció cayó del cielo. Con el brillo que siempre tuvo y con casi 20 años más que la primera vez que la vi. Sonreía con esa luminosidad que mi ciudad regala a su antojo, a esos seres que elige con vehemencia.

Cargaba una mochila con libros viejos. Me dio un beso con un largo abrazo. Otra vez me quedé callado, como los últimos veinte años sigue siendo una persona singular y mantiene el manto de aura mágica. Parece insensible a banalidades y prejuicios. Se erosiona, transforma y muda piel. Cambia de estado, pero en el fondo sigue siendo la misma. Igual que la ciudad del mar.

Con energía me dijo, cómo desde hace veinte años, que éramos hermanos. Me trató con cariño y sentí que volvía a nacer de nuevo como si fuera una mariposa.

Ahora vuelve y no es para quedarse, sólo está de paso. Hablamos y habló. Idas y venidas, de amor y odio, de influencias y conexiones culturales en su trayecto vital por estos mundos. Y recordé que ella es fruto del crisol maravilloso de mi ciudad. Que mi ciudad la ilumina cada vez que la ve. Que la ciudad late con el mar, y con gente como ella.

Y pensé que con ella el amor se escribe con hache. Con hache de hermana.



Como no tengo a mano fotos de la "Ciudad del mar" he puesto un vídeo del gran Samuel Díaz en el que camino por cualquier calle de mi ciudad...