martes, 24 de noviembre de 2015

Canción triste para una guerra eterna

Las lágrimas del próximo inocente ya están firmadas en despachos ovales. La maquinaria militar sigue produciendo en un negocio lucrativo en el que nunca habrá quebrantos de caja o pérdidas inviables económicas.

Mañana habrá guerras, con más sangre si es posible. Mañana serán los aliados contra las religiones, como anteayer. O quizá debamos derrocar a algún líder injusto. Con certeza apuntaremos a África, a Asía, a Latinoamérica, a la humanidad o a nosotros mismos.

No dejen de fabrican balas, siempre hay una cabeza que destruir. Siempre existirá población inocente en la que continuar repartiendo plomo y generando riqueza.

Los amantes de la patria vivirán felices, los amigos de las líneas divisorias, los esclavos del sionismo, el soldado de fortuna, el líder mesiánico, las corbatas de la ONU, la sinrazón, el billete de oro negro, los diamantes bañados en muerte, la mano de obra explotada, el precio del trigo, el índice Big Mac, las fortunas, el control del capital… los intereses financieros… la codicia…  la rueda continuará escupiendo desesperanza y avergonzando a la humanidad.

El soldado, sencillo y mortal, siembra rosas en el vientre de su amante mientras a golpe de escuadrón abona la soledad de su fusil en una tristeza estéril y desatendida. Olvida al ser que lo habita y avanza con decisión entre una oscuridad inocua. Aniquila y borra; escupe y sigue directrices; descarga, apunta y mata sin compasión. Al mismo tiempo, en mesas redondas se reparten el queso entre champán, en templos sagrados justifican en el nombre de algún dios o aplican la ley del ojo por ojo cómo resolución de conflictos.

¿Es propio del ser humano, encoger el alma de sus congéneres, humillar y matar, despojando todo cuánto se posee?,  ¿es parte de nuestra esencia demostrar nuestra pequeñez moral pisando nuestro entorno, dejando una huella imborrable en los que nos rodean?

Y el Estado decide con rotundidad firmar un pacto antiyihadista proponiendo matar y matar. Nos convence de que la solución para lograr la paz está en más muertes. Repite una mentira mil veces escuchada, cae en el mismo hoyo absurdo en el que no hay retorno, pervierte el bienestar y se conjura en matar en mi nombre cuando tenga la ocasión.

Las lágrimas del próximo inocente tal vez sean las mías. Las muertes de tantos conflictos seguirán gritando, suplicándonos ayuda mientras descansamos en nuestro sofá, clamarán inocentes al cielo aunque a nadie le interese. Aquí firmaremos para protegernos del mal, nos subimos al carro de la inconsciencia, dormimos en calma sin plantearnos que podemos ser culpables de las muertes de mañana, de las injusticias de hoy. Seamos honrados con nosotros mismos, seamos justos con los demás: no abones más campos de sangre, no generes más odio.

Enrique Redondo noviembre 2015


No hay camino para la paz; la paz es el camino- Mahatma Gandhi -

Matadero Madrid. 30 Abril 2015. La isla sin Camarón. 

domingo, 22 de noviembre de 2015

Tantas veces soy y otras cosas

Viernes, 20 de noviembre, 7:27 de la mañana. Despierto con la meliflua melodía que tiene mi móvil. Una posición indescifrable entre el jazz y una banda sonora etérea en una escena después de una gran batalla, de la calma claro. El que compuso esta maravilla debería de ser rico pero sospecho que no es así. Sospecho que morirá y lo más grande que creerá haber logrado será trabajar para Samsung en un diminuto despacho de Tokio o Toronto.

En la sobremesa me doy cuenta de lo efímero de un día, lo tristemente veloz de la vida y lo difícil que resulta exprimirla a pesar de haberlo intentado acotándola en horas, minutos, segundos y hasta milésimas. Podemos incluso leer el tiempo en granos de arena pero no somos capaces de licuarlo parándolo o siquiera ralentizarlo.

A media tarde, aprovecho para encender mi portátil mientras un barco me mueve sin yo hacer ningún esfuerzo hasta la vecina isla de Tenerife. Supongo que para alguien de hace un siglo sería un hecho inefable y discutiblemente creíble.

A mi lado me ataca la serendipia al comprobar cómo mi musa "medita con los ojos cerrados". Descuido mi elocuencia literaria al despertar mi limerencia su imagen tranquila. A su habitual mareo lo venció Morfeo.

Rescato los pensamientos de la sobremesa, y siento profundamente que moriría por grabar este momento, por guardar el mar en mi cabeza, por revivir esta secuencia dentro de décadas, porque la belleza de ella y el mar sean inmarcesibles. Por saber que lo que ahora disfruto pueda volver a ponerlo en liza cuando más lo necesite.

Apoyado en la ventana observo cómo cae el atardecer. El sol juega con ventaja y se va sumergiendo en silencio bajo el Atlántico, el arrebol del cielo va dejando en mi retina una iridiscencia que ya sé que no podré atrapar. Otra puesta que se quedará en el olvido, que pasará al principio de un libro que no seré capaz de volver a leer. Me giro y la vuelvo a mirar, acostada, tranquila e inconsciente de la lucha de contradicciones que entretienen mi viaje.

El sol acaba por desaparecer y pienso lo lejos que parece ahora la mañana. Son las 6:58 de la tarde y parece que las 7:27 pertenecen a otra vida. A un lugar en el que las cosas arden con rapidez y no se rescata nada. Me descorazono en mi butaca y decido ver la película que proyectan; Tom Cruise jugando al béisbol hará que la cabeza deje de dar vueltas.