En el Océano Atlántico la
costumbre del silencio hace que los hombres de mar pasen horas divagando en
interminables pensamientos. No se siente la necesidad de intercambiar palabras,
se habla justo lo necesario. El golpeo de las corrientes en el caparazón del
navío son como latidos que recuerdan que uno está vivo, los hombres se encuentran
en su hábitat natural. El sabor a sal, la brisa, el sol de medio día, el rumor de
que se aproxima cambio en el tiempo, el crujir de las estructuras,… son también
un lenguaje del que uno aprende a escuchar en el silencio y extraer señales
vitales para comprender la mar.
Puede llegar el caso de que si
juntas algunas guardias a deshoras con una labor solitaria no encuentres la
obligación de articular palabra en un par de días. Y eso es lo que ocurre hoy,
primer día de un turbulento otoño. Después de una negra noche de guardia me
encuentro descansando en mi litera. En mi letargo entre cabezadas llevo toda la
mañana escuchando discusiones en cubierta. Algo ocurre y al medio día decido
subir para averiguarlo por mí mismo. Al abrir la compuerta del camarote escucho
golpes en bodega donde almacenamos las viandas.
Parece como si alguien estuviera buscando algo con mucha prisa, revolviéndolo
todo. Al entrar en la bodega mi inquietud aumenta. Asombrado, observo en
silencio a un compañero saqueando toda la mercancía. Al verme hace una parada y
con voz temblorosa sólo acierta a decir: "¡Una auténtica catástrofe, no
puede ser cierto. Una auténtica catástrofe!".
Totalmente desquiciado regresa a
su paranoia. Trato de hablar con él pero está desquiciado así que desisto dirigiéndome
escaleras arriba hacia cubierta.
Arriba, el panorama no es mucho
mejor. Toda la tripulación se encuentra presa del pánico. Entre frases
entrecortadas y algunas conversaciones consigo, vagamente, averiguar qué ocurre.
Al parecer todo el cargamento de ron está en mal estado. Todas las barricas
desprenden el mismo asqueroso hedor y no parece que pueda ser consumido. El
pánico se ha apoderado de la tripulación. Cualquiera sabe que un marinero no
está capacitado para navegar sin un trago en el cuerpo.
En el horizonte sólo se divisa el
infinito azul. Millas inalcanzables para un grupo de hombres totalmente
perdidos, vencidos e inútiles para tomar las riendas del navío. La desaparición
del oro líquido ha mermado las capacidades de la tripulación en sólo unas horas.
Un marinero seco es un marinero desorientado, que no entiende su brújula, que
no interpreta las señales del cielo, que tiene vértigo, pánico.
Hacia cualquier dirección en la
que dirijo mi mirada el panorama es similar. En la proa algunos hombres
discuten hacia dónde debe estar el norte. El capitán, asustado, se desentiende
dejando que las corrientes dirijan el navío, meciéndolo desamparado hacia un
destino incierto. El resto de la tripulación comienza a tener signos de mareo.
Tropiezan con torpeza vomitando, sintiéndose fuera de lugar, hombres de secano.
Es curioso que el ron, germen de
tantos conflictos entre marineros y motivo habitual de peleas, sea el verdadero
vínculo entre el hombre y la mar. La situación parece irreversible. Las horas
se convierten con rapidez en días hasta llegar a la semana.
El barco, provisto de suministros
para pescar en bancos cercanos al continente africano no está preparado para
una eventualidad que supere los 3 o 4 días sin fondear en tierra firme. Algunos
hombres, ya enfermos por la hambruna y desorientados gritan al cielo pidiendo
un trago de ron. ¡Sólo con una botella seríamos capaces de volver a tierra!
El "Big Fish" agónico
muere lentamente. La esperanza, reventada desde el día en que desapareció el
ron, no ha retornado a la tripulación llevando 12 días desde la funesta
noticia.
El día quince amanece con un
clima espléndido. Antagónico al estado de ánimo del barco. Soleado, calma
chicha. En cubierta, algunos hombres -los que aún tienen algo de fuerzas- leen frases
aleatoriamente extraídas de la biblia. El marinero Fancio, el más longevo del
barco, es la primera muerte anunciada, la primera víctima del ron a bordo. El silencio pesa, va alejando las imágenes
de los familiares y el sueño de volver a verlos en esta vida.
Asustado, me acuesto en mi litera
a escribir. Relato lo ocurrido, me despido de los que quiero… cuando un susurro
me alerta de que algo sucede en la litera de Basilio. Basilio es un hombre
listo, preparado. Antes de trabajar en el Big Fish comenzó incluso estudios en
química. Acabó entre nosotros por motivos que no vienen ahora al caso.
Basilio, hombre inquieto, habría
estado haciendo extraños experimentos desde hacía meses en cada salida que
hacíamos. Fiel a nuestra condición de hombres
de mar nadie cuestionó nunca sobre sus movimientos.
Ahora, en el ocaso de nuestras
vidas, parecía que lo que Basilio contaba adquiría vital importancia -nunca
mejor dicho-. Por lo que entiendo, ha tratado en cada viaje de ir fermentado las
frutas que estaban en mal estado de la cocina. Kilos y kilos que con calma ha
destilado hasta que hoy, a los quince días de nuestra odisea ha conseguido
testar sus últimos intentos corroborando su maravilloso éxito.
Con rapidez se programó un
racionamiento equilibrado y justo. Primero un trago a los moribundos, que
aunque no era ron lo agradecieron igualmente. A continuación el capitán y su
equipo de mando. De pronto, el sol comenzó a guiar nuestro destino. La brisa
sabía diferente, retomaba ese ligero sabor a vida. En cuestión de días el cielo
nos mostró algunas gaviotas que presagiaron nuestra victoria.
El ron nos había guiado hacia la
muerte pero la pericia de Basilio y su alcohol destilado nos habían devuelto a
la vida, retomar nuestro rumbo perdido.
Lisboa, ciudad que mira hacia el mar. Mayo 2013. La isla sin Camarón. |
Dedicado al químico africano
Precioso La Isla, me encantó, no nos hagas esperar tanto para viajar con tus letras.
ResponderEliminarEres un artísta!
Gracias por seguir ahí!
EliminarPero a ver aclara... ¿eso es lo que está haciendo el químico en África?? je,je...
ResponderEliminarBonito relato brother!
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. No seré yo quién señale a ningún químico, y menos africano... jijiiji
EliminarGracias!