jueves, 31 de marzo de 2011

La playa

Noche cerrada sobre nosotros, verano. Disfrutando sin saberlo de la juventud que se escapa. Pelo suelto y carcajadas entre humo. El ron de las islas corría cual elixir. A nuestro alrededor casetas de campaña con velas incrustadas en garrafas cortadas. Algunas casetas.

De frente, el infinito Atlántico escondía su azul y sus líneas, y sin embargo nos abrumaba con su relajante aleteo contra la oscura arena, amarilla cuando más tostados nos dejó. A mi espalda, una tenue hoguera hacía de epicentro en un corro improvisado de amigos. Conversaciones y risas ya se mezclaban al mismo son. Alguien aporreaba una guitarra.

Me detuve un instante para darme un regalo. Disfrutar del momento. Mis pies descalzos se hundían hasta los tobillos. Era uno de esas noches en las que parece no haber más de lo que te rodea. No sentía ni frío, ni calor.
Cuando me dí cuenta me separaban unos cincuenta metros de nuestras casetas. Estaba sólo. De pie. Al verme ahí sentí el extraño impulso de recostarme en la arena. Alcé la cabeza y me asombré con el paisaje. Nunca ví tantas estrellas a la vez.
Me imaginé que habían salido para mí. Para que apreciara más todo lo que quizás no atendemos por tenerlo demasiado cerca.

Apure el vaso de un trago y me tome mi tiempo, tal vez estuviera algo etílico, pero soñé en atrapar una estrella para nunca dejar de sentir la felicidad que me llenaba ese momento en esa silenciosa playa.

Al regresar al fuego no encontré el momento de evangelizar con mi buena nueva. Así que decidí guardarme el secreto hasta que alguien pudiera comprenderme. Nadie podría entender que tuviese una de esas estrellas. Si no me hubiese pasado a mí, tampoco yo lo hubiera creído.
El caso es que desde entonces vivo profundamente inmerso en una felicidad constante.
No soy dado al consejo, pues no me considero ningún erudito, pero haré una excepción dado la información que manejo. Si tienes un momento, hazte con tu estrella, pues creo que cuando se descubra este hecho no habrá, citando a Celia Cruz, “estrella pa tanta gente”.


Un abrazo a todos.

jueves, 3 de marzo de 2011

Cuando fuimos los mejores.

Parece que fue hace una eternidad. Pero aún somos los campeones. Continuamos en lo más alto del podio. La rabiosa actualidad distrae y no paramos a recordar lo sucedido ayer. En mente está el próximo partido.
  
La imagen dada por este grupo de deportistas, guiados por el impasible Marqués Del Bosque, transcendió del mero deporte. Saltando del césped a los confines del buen comportamiento y talante (como diría aquel presidente). Tal ha sido la conducta de nuestros héroes que bien podrían haber servido para un estudio por parte de Friedrich Nietzsche titulado “Genealogía del comportamiento cívico”.

El caso es que el campeonato realizado por el conjunto español ha sido excelente en todos los aspectos y ha conseguido que con el paso de las jornadas del Mundial de Fútbol de Sudáfrica cada vez se fueran enganchando al espectáculo más seguidores; incluso aquellos a los que nunca les había atraído el fútbol.

Los campeones vistos por los ojos de Matt Groening


Tras unas agónicas eliminatorias en las que no faltó sufrimiento, miedo, tensión y grandes dosis de emoción, el combinado español se plantó en la final ante la temible selección Holandesa; a priori la que más semejanzas en juego demostraba hasta ese momento.
Desde el inicio del encuentro se pudo observar que el encuentro sería complicado. Holanda, un conjunto que históricamente acostumbró a los aficionados a disfrutar de un juego vistoso y de buen toque coqueteaba con el juego marrullero destructor. La propuesta orange era a conciencia y premeditada. Se sentían inferiores ante el encanto ofrecido por nuestros hombres, y optaban por la destrucción y amedrentamiento con descaro.
Y bajo toda presión, en una final que España no había jugado en toda su historia, ante la atenta mirada del planeta… nuestros pequeños jugadores continuaron fiel a sus convicciones y no cambiaron su discurso anteponiendo el balón y las doctrinas nobles del deporte frente al futbol rudo y violento que practicaron los tulipanes. En el momento de mayor compromiso España mantuvo sus ideas. No florecieron ni las dudas ni el miedo.

...Y en un final épico, como si se tratara de una película del mismísmo Hitchcock; cuando el cansancio oprime las ideas y merma el músculo que más ejercitan nuestros jugadores, el cerebro, se produjo el milagro. Después de que el “santo” Casillas nos salvara de la catástrofe, y el árbitro permitiese la brusquedad del contrario. Después de que perdonásemos las ocasiones de ser campeones por derecho propio. El deporte se rindió a la evidencia y premió la actitud de un colectivo y su derecho a tocar el cielo.
No voy a narrar el gol in extremis que nos hizo llorar de alegría y olvidar los problemas que acucian el país por unos momentos. Sólo diré que cuando Iniesta empujó el balón a las mallas de la portería contraria se premió una manera de ver la vida. Sí, se hizo con esfuerzo y sudor, con respeto a los demás, dándole importancia no sólo al fín; si no a la forma y al fondo. Porque la plasticidad y el buen gusto no van reñidos con los resultados.
Final mudial Sudáfrica 2010

...porque en el Olimpo ya se acostumbraron a recibir visitantes españoles...

Gracias a estos jugadores por hacernos creer en que el camino correcto también es posible.

P.D.: Espero que aunque La Isla sin Camarón se haya desmarcado de su línea editorial habitual les haya gustado. Ah! y esperamos sacar tiempo para seguir paseándonos por La Isla con más frecuencia.  
Abrazos.