Dentro de su estado de agitación habitual
sólo se le ocurrió hacer una cosa para apaciguar sus dudas. Algo le empujó con fuerza
para constatar que no se equivocada.
Aprovecharía el momento en el que
su amante dormía para escarbar en su pecho con delicada ansia. Sacó de su pequeño
bolso unas pinzas y las utilizó minuciosamente con mimo en la zona en la que en
la escuela le indicaron la ubicación exacta del corazón.
Trataba, razonadamente, de
encontrar la parte en la que ella apareciera, en la que su reflejo justificara
lo que sentía hacia él.
Comenzó por un discreto agujero
por el que topó con una curiosa aleación de carne y huesos que desprendieron aroma
a vida, a naranjos en flor a punto de sonreír al sol; tras una capa de suave
piel que tantas veces besó. El rojo se iba intensificando a medida que la
sinuosa gruta se acercaba al corazón, a cada suspiro en los que se iban fracturando
capas de bellas cavidades.
En un instante los rítmicos
latidos fueron guiando su camino, incentivando sus ansias. Tres capas después bastaron
para localizar el umbral del órgano más deseado. Los latidos ya no eran
contenidos por la caja torácica por lo que retumbaban en la habitación con
sonoridad. La minimalista lámpara que observaba la escena desde las alturas
comenzó a bailar al ritmo que marcaba su dormido amado.
Observó con alegría el corazón.
Era rojo. Muy grande y vivo. De un rojo intenso que no se puede describir con
palabras. Lo acarició. Pero esto no le bastaba.
Continuó con su búsqueda, con más
delicadeza que antes si cabe. Atomizando con un alfiler el órgano para hallar
su cometido. Hasta que en un microscópico punto encontró lo que buscaba.
Estaba muy profundo, protegido en
lo más hondo del corazón. El lugar en dónde dejamos las cosas que no queremos
compartir con nadie. Ahí encontró un papelito cómo los que salen en las galletas
de la fortuna de los chinos. Lo cogió y leyendo muy de cerca pudo ver que con
letra cursiva decía: tú eres mi vida.
Al verlo se sonrojó, era muchísimo
más de lo que buscaba. Volvió a dejar todo en su sitio avergonzada. Segura de
que si no movía nada, él nunca se enteraría de su acto tan despreciable cargado de
desconfianza.
Tapó el agujero, abrochó los
botones de su camisa y se recostó a su lado.
Sognefjord (Fiordo de los sueños) agosto 2014. La Isla sin Camarón |
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