sábado, 30 de junio de 2012

Benarés. De aquí a la eternidad.

Calle en Benarés. Continuo hormigueo de transeúntes.
La isla sin Camarón. 31.07.2011
Si conjugáramos el Cielo y la Tierra. Tratáramos de hacer desaparecer la línea que divide el paraíso con lo terrenal. Si buscáramos el lugar en el Mundo dónde se mezclaran sin dolor y con inusitada naturalidad, estaríamos hablando de la ciudad de Varanasi.

Varanasi (llamada Benarés en Indostán). Es la ciudad espiritual por excelencia de la India. Situada en Uttar Pradesh. Su vitalidad, continuo hormigueo y éxodo peregrino se debe a su órgano vital que la insufla de misticismo: el río Ganges. Se trata de la cuna del budismo y el jainismo.

No deja de ser complicado entender, para mi occidental educación, como el lugar esencial de peregrinación dónde todo Hindú desea morir, sea conocido como la ciudad de la vida. Y es que, tal y como me hicieron comprender bajo el húmedo sol de Benarés, nacer, puede llegar a ser aleatorio, pero si se puede elegir dónde dejar este terrenal mundo, y partir hacia el nirvana; siempre será en esta sagrada ciudad.

Junto al río Ganges, se suceden las ceremonias hinduistas de cremación sin descanso. Los deseos de los difuntos hacen de este lugar un constante ir y venir de cadáveres. Espiritualidad, paz, descanso y armonía.

Más de 100 ghats se convierten en los lazos que unen la vida y la muerte, lugares por los que los vivos suspiran para que sus últimos días finalicen con su inerte cuerpo calcinado cayendo al sagrado río.

Ceremonia a la caída del Sol. Varanasi.
Casi sin pestañear, para no perder ni una sola imagen de las escenas tuve la fortuna de vivir, observaba maravillado la celebración de la muerte, como una suerte de vida nueva, una reencarnación. Entre el agua sucia del río, y sus seres queridos, se sitúa el cadáver. A escasos metros, puedes llegar a ver como el cuerpo se va quemando con naturalidad, envuelto en telas, hasta dejarlo caer al río viéndolo alejarse a la deriva. En muchos casos aún sin descomponer, para dar la bienvenida a su reencarnación.

Me sigue sorprendiendo, ante todo, su manera de afrontar la muerte. Lo hacen sin remilgos. Sin miedos. Tuteándola y abordándola con naturalidad.  Dándole sencillez a un paso más de la vida.


Artesano. Benarés.
Dentista en la calle. Benarés.


Pero no sólo por las cremaciones me fascinó Benarés. También dejan huella las diferentes ceremonias a orillas del río Ganges. Al caer el sol, y con la entrada de la noche, se suceden ritos en diversos lados del río para honrar al dios Shiva. Música, cánticos, fuego y coloridas flores. Mágica ceremonia que se repite a diario sin caer en la rutina o la superficialidad barata, debido a su contenido espiritual y religioso. Al finalizar, entre las barcas que surcan el río, este se llena de numerosas velas que flotan a la deriva, impresionante.

Al alba, con la llegada de los primeros rayos de sol, también se acerca la población a las orillas del río para realizar baños que purifican limpiando los pecados y ofrecer un espiritual tributo al Dios del Sol. 


Por todo ello, parece ser que existe un puente entre nosotros y la eternidad. Se encuentra en el tramo que transcurre por el Ganges y baña a la ciudad eterna de Benarés.

No encuentro mejor manera para definirla que parafraseando el título de aquella deliciosa película con Burt Lancaster: “De aquí a la eternidad”, y es que jamás estuvo tan cerca el cielo de la tierra.