viernes, 29 de noviembre de 2013

Desobediencia civil.

Desde hace algunas décadas el sistema instaurado en los países capitalistas ha propiciado el enriquecimiento de una parte de la población ante la pasiva actitud del resto. El desarrollo del estado de bienestar ha conseguido que las poblaciones de estos territorios pudieran acceder a derechos básicos que, previo al desarrollo industrial, se concebían como una utopía.

Este anhelado estado de bienestar, obtuvo avances sociales, insospechados hasta ese momento, en asuntos relacionados con la sanidad, la educación, el empleo o la vivienda entre otros. Pero a su vez, con el paso de los años y afianzamiento de este sistema, ha sido caldo de cultivo para aquellos que han visto la oportunidad de, por medios poco lícitos, no conformarse a comer de menú como el resto de comensales. Esta nutrida estirpe social (diminuta si la comparamos porcentualmente con el resto de los humanos) se emborracha vilmente con los dineros ajenos. Están encabezados por la clase política. Pero seguidos muy de cerca, y en ocasiones incluso más feroces, por numerosos colectivos: los financieros (banca, seguros, auditores, gestores), el clero, el poder judicial (jueces, abogados, notarios, y otros muchos del entorno), o empresarios, por citar los más hirientes por su falso status social. Los de falso status lo digo porque frente a sus cargos se les supone éxito y triunfo a la par, aunque no venga acompañado de la ética que deben llevar implícita.

A su vez, el resto de ciudadanos, vamos perdiendo poder adquisitivo, derechos sociales, empleo y hasta la dignidad en algunos casos. Despojados de viviendas, y en clara desventaja se palpa el drama social en cada familia.

En la otra orilla, la banca no cesa de exprimir a pesar de los demostrados hurtos continuos que han hecho. Los ejecutivos expulsados se van con millonarias indemnizaciones bajo el brazo. Roban a la ciudadanía, al Estado y demuestran seguir unos valores económicos insaciables.

Los gestores y grandes auditorías barren para el más poderoso, unos de los mayores culpables de la crisis mundial que estamos viviendo. Al igual que los seguros. ¿Cómo se justifican las catalogaciones dadas a innumerables corporaciones de demostrada insolvencia y dudosa reputación?

El clero, lejos de sufrir los envites del hambre y la escasez, multiplica sus riquezas, incalculables en todo el mundo. Cada vez más parecido a una empresa multinacional en su funcionamiento voraz abriendo más franquicias que el propio McDonald. ¿Dónde quedó la caridad cristiana?

El poder judicial, el más evidente. Nada de esto hubiera pasado si se hubiera aplicado las leyes, si se efectuara justicia. Cada uno de sus estamentos está salpicado hasta el tuétano de razones para desconfiar. Son parte fundamental en todo movimiento ilícito y sobre todo, en las continuas tomaduras de pelo al pueblo (véase las recientes amnistías). Leyes que se modifican en beneficio de los más poderosos o hacer la vista gorda han sido una constante en estas boyantes décadas que precedieron la crisis.

Y por último, el tejido empresarial, auténticos triunfadores y sinónimo absoluto del éxito social sin reparar en las formas. Licitaciones ilegales y evasión de impuestos son grandes logros del mejor empresario. Ahora, el Estado se tira de los pelos para traer las fortunas que depositadas en paraísos fiscales mientras antes se facilitaban los mecanismos para su expatriación. Destrucción del medio ambiente, estafas a gran escala, prevaricación, sobornos… mejor parar pues los delitos que aun se cometen pueden ser interminables. Moralidad cero.

A todo esto, parece que la población se ha quedado petrificada, incrédula ante la situación que nos ha tocado vivir. Mancillados, no reaccionamos. No somos culpables directos de la crisis pero si los que más la sufrimos.

Miramos hacia otro lado cuando nos cambiaron la legislación laboral, incentivando la precariedad laboral, abaratado los despidos e indemnizaciones, disminuyendo las prestaciones por desempleo, suprimiendo la ayuda de subsidio.

Hemos mirado para otro lado al recortarnos continua e impunemente derechos en materia de sanidad; creando el copago o disminuyendo los presupuestos sanitarios generando infinitas listas de esperas entre otros perjuicios vitales.

Hemos mirado para otro lado cada vez que sacan una nueva ley educativa. Leyes que en los últimos años han ido fomentando cada vez más, la segregación de clases sociales y colectivos, la privatización de la misma, y la inaccesibilidad de la clase media-baja a los estudios superiores y de postgrado.

Hemos mirado hacia otro lado cuando los bancos recibían insultantes cantidades de dinero para cuadrar sus cuentas mientras has continuado despojando a los ciudadanos del derecho a una vivienda. Mirándonos por encima del hombro y con los bolsillos llenos se jactan de crear normas a su antojo y controlar la justicia.

Hemos mirado a otro lado, cuando el político de turno se pasea con su vehículo de alta gama ante nosotros, que no tenemos empleo, seguimos perdiendo derechos y tal vez mañana no tengamos oportunidades. Llevamos años inútiles soñando que nuestro voto vaya a cambiar nuestra suerte. INGENUOS.

Por eso hoy y no mañana, pues puede ser demasiado tarde, debemos revelarnos. Hacerlo al fin de una manera que el Estado pueda entenderlo. Ya no basta con manifestarse, pues cada día hay más medidas para callarnos. No basta con rellenar folios como este que se queden en intenciones y sólo consiguen que apretemos los dientes mientras dure el enfado. Es el momento de levantarse y desobedecer. Desobedecer cuando nos sigan pisando. Desobedecer si nos mandan tragar y tragar mientras los que crearon todo esto siguen bailando.

Una manera podría comenzar con algo cercano. Sin grandes pretensiones pero que sepan que ya estamos hartos. Tal vez negándonos a pagar tasas abusivas como ha ocurrido en otros países europeos. Obligándoles replantear si pueden seguir exprimiendo al más débil. Negándonos a obedecer lo irracional. Comenzar a defender los derechos que nos van suprimiendo.

Estamos en el momento idóneo para luchar. Púes quizá mañana no tengamos por lo que hacerlo. Ocupar pacíficamente casas deshabitadas y cerradas por los bancos y sobre todo apoyar y defender al que lo haga. Organizarnos para no llevar a cabo normas abusivas. Presionar de manera subversiva a las administraciones, a los bancos, al Estado… no acatando injustas represalias, no abonando impuestos abusivos, no costeando las consecuencias de esta situación.

Como dijo Henry David Thoreau en su ensayo a la desobediencia civil: Bajo un gobierno que encarcela injustamente a cualquiera, el hogar de un hombre honrado es la cárcel.

 Obliguemos al Estado a rectificar. Volvamos a ser un pueblo generoso demostrando que el poder es nuestro.