domingo, 22 de noviembre de 2015

Tantas veces soy y otras cosas

Viernes, 20 de noviembre, 7:27 de la mañana. Despierto con la meliflua melodía que tiene mi móvil. Una posición indescifrable entre el jazz y una banda sonora etérea en una escena después de una gran batalla, de la calma claro. El que compuso esta maravilla debería de ser rico pero sospecho que no es así. Sospecho que morirá y lo más grande que creerá haber logrado será trabajar para Samsung en un diminuto despacho de Tokio o Toronto.

En la sobremesa me doy cuenta de lo efímero de un día, lo tristemente veloz de la vida y lo difícil que resulta exprimirla a pesar de haberlo intentado acotándola en horas, minutos, segundos y hasta milésimas. Podemos incluso leer el tiempo en granos de arena pero no somos capaces de licuarlo parándolo o siquiera ralentizarlo.

A media tarde, aprovecho para encender mi portátil mientras un barco me mueve sin yo hacer ningún esfuerzo hasta la vecina isla de Tenerife. Supongo que para alguien de hace un siglo sería un hecho inefable y discutiblemente creíble.

A mi lado me ataca la serendipia al comprobar cómo mi musa "medita con los ojos cerrados". Descuido mi elocuencia literaria al despertar mi limerencia su imagen tranquila. A su habitual mareo lo venció Morfeo.

Rescato los pensamientos de la sobremesa, y siento profundamente que moriría por grabar este momento, por guardar el mar en mi cabeza, por revivir esta secuencia dentro de décadas, porque la belleza de ella y el mar sean inmarcesibles. Por saber que lo que ahora disfruto pueda volver a ponerlo en liza cuando más lo necesite.

Apoyado en la ventana observo cómo cae el atardecer. El sol juega con ventaja y se va sumergiendo en silencio bajo el Atlántico, el arrebol del cielo va dejando en mi retina una iridiscencia que ya sé que no podré atrapar. Otra puesta que se quedará en el olvido, que pasará al principio de un libro que no seré capaz de volver a leer. Me giro y la vuelvo a mirar, acostada, tranquila e inconsciente de la lucha de contradicciones que entretienen mi viaje.

El sol acaba por desaparecer y pienso lo lejos que parece ahora la mañana. Son las 6:58 de la tarde y parece que las 7:27 pertenecen a otra vida. A un lugar en el que las cosas arden con rapidez y no se rescata nada. Me descorazono en mi butaca y decido ver la película que proyectan; Tom Cruise jugando al béisbol hará que la cabeza deje de dar vueltas.



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