Desde hace algunas décadas el
sistema instaurado en los países capitalistas ha propiciado el enriquecimiento
de una parte de la población ante la pasiva actitud del resto. El desarrollo
del estado de bienestar ha conseguido que las poblaciones de estos territorios
pudieran acceder a derechos básicos que, previo al desarrollo industrial, se
concebían como una utopía.
Este anhelado estado de
bienestar, obtuvo avances sociales, insospechados hasta ese momento, en asuntos
relacionados con la sanidad, la educación, el empleo o la vivienda entre otros.
Pero a su vez, con el paso de los años y afianzamiento de este sistema, ha sido
caldo de cultivo para aquellos que han visto la oportunidad de, por medios poco
lícitos, no conformarse a comer de menú
como el resto de comensales. Esta nutrida estirpe social (diminuta si la
comparamos porcentualmente con el resto de los humanos) se emborracha vilmente
con los dineros ajenos. Están encabezados por la clase política. Pero seguidos
muy de cerca, y en ocasiones incluso más feroces, por numerosos colectivos: los
financieros (banca, seguros, auditores, gestores), el clero, el poder judicial
(jueces, abogados, notarios, y otros muchos del entorno), o empresarios, por
citar los más hirientes por su falso status social. Los de falso status lo digo
porque frente a sus cargos se les supone éxito y triunfo a la par, aunque no
venga acompañado de la ética que deben llevar implícita.
A su vez, el resto de ciudadanos,
vamos perdiendo poder adquisitivo, derechos sociales, empleo y hasta la
dignidad en algunos casos. Despojados de viviendas, y en clara desventaja se
palpa el drama social en cada familia.
En la otra orilla, la banca no
cesa de exprimir a pesar de los demostrados hurtos continuos que han hecho. Los
ejecutivos expulsados se van con millonarias indemnizaciones bajo el brazo.
Roban a la ciudadanía, al Estado y demuestran seguir unos valores económicos
insaciables.
Los gestores y grandes auditorías
barren para el más poderoso, unos de los mayores culpables de la crisis mundial
que estamos viviendo. Al igual que los seguros. ¿Cómo se justifican las
catalogaciones dadas a innumerables corporaciones de demostrada insolvencia y
dudosa reputación?
El clero, lejos de sufrir los
envites del hambre y la escasez, multiplica sus riquezas, incalculables en todo
el mundo. Cada vez más parecido a una empresa multinacional en su
funcionamiento voraz abriendo más franquicias que el propio McDonald. ¿Dónde
quedó la caridad cristiana?
El poder judicial, el más
evidente. Nada de esto hubiera pasado si se hubiera aplicado las leyes, si se
efectuara justicia. Cada uno de sus estamentos está salpicado hasta el tuétano
de razones para desconfiar. Son parte fundamental en todo movimiento ilícito y
sobre todo, en las continuas tomaduras de pelo al pueblo (véase las recientes
amnistías). Leyes que se modifican en beneficio de los más poderosos o hacer la
vista gorda han sido una constante en estas boyantes décadas que precedieron la
crisis.
Y por último, el tejido
empresarial, auténticos triunfadores y sinónimo absoluto del éxito social sin
reparar en las formas. Licitaciones ilegales y evasión de impuestos son grandes
logros del mejor empresario. Ahora, el Estado se tira de los pelos para traer
las fortunas que depositadas en paraísos fiscales mientras antes se facilitaban
los mecanismos para su expatriación. Destrucción del medio ambiente, estafas a
gran escala, prevaricación, sobornos… mejor parar pues los delitos que aun se
cometen pueden ser interminables. Moralidad cero.
A todo esto, parece que la
población se ha quedado petrificada, incrédula ante la situación que nos ha
tocado vivir. Mancillados, no reaccionamos. No somos culpables directos de la
crisis pero si los que más la sufrimos.
Miramos hacia otro lado cuando
nos cambiaron la legislación laboral, incentivando la precariedad laboral,
abaratado los despidos e indemnizaciones, disminuyendo las prestaciones por
desempleo, suprimiendo la ayuda de subsidio.
Hemos mirado para otro lado al
recortarnos continua e impunemente derechos en materia de sanidad; creando el
copago o disminuyendo los presupuestos sanitarios generando infinitas listas de
esperas entre otros perjuicios vitales.
Hemos mirado para otro lado cada
vez que sacan una nueva ley educativa. Leyes que en los últimos años han ido
fomentando cada vez más, la segregación de clases sociales y colectivos, la
privatización de la misma, y la inaccesibilidad de la clase media-baja a los
estudios superiores y de postgrado.
Hemos mirado hacia otro lado
cuando los bancos recibían insultantes cantidades de dinero para cuadrar sus cuentas
mientras has continuado despojando a los ciudadanos del derecho a una vivienda.
Mirándonos por encima del hombro y con los bolsillos llenos se jactan de crear
normas a su antojo y controlar la justicia.
Hemos mirado a otro lado, cuando
el político de turno se pasea con su vehículo de alta gama ante nosotros, que
no tenemos empleo, seguimos perdiendo derechos y tal vez mañana no tengamos
oportunidades. Llevamos años inútiles soñando que nuestro voto vaya a cambiar
nuestra suerte. INGENUOS.
Por eso hoy y no mañana, pues
puede ser demasiado tarde, debemos revelarnos. Hacerlo al fin de una manera que
el Estado pueda entenderlo. Ya no basta con manifestarse, pues cada día hay más
medidas para callarnos. No basta con rellenar folios como este que se queden en
intenciones y sólo consiguen que apretemos los dientes mientras dure el enfado.
Es el momento de levantarse y desobedecer. Desobedecer cuando nos sigan
pisando. Desobedecer si nos mandan tragar y tragar mientras los que crearon
todo esto siguen bailando.
Una manera podría comenzar con
algo cercano. Sin grandes pretensiones pero que sepan que ya estamos hartos.
Tal vez negándonos a pagar tasas abusivas como ha ocurrido en otros países
europeos. Obligándoles replantear si pueden seguir exprimiendo al más débil.
Negándonos a obedecer lo irracional. Comenzar a defender los derechos que nos
van suprimiendo.
Estamos en el momento idóneo para
luchar. Púes quizá mañana no tengamos por lo que hacerlo. Ocupar pacíficamente
casas deshabitadas y cerradas por los bancos y sobre todo apoyar y defender al
que lo haga. Organizarnos para no llevar a cabo normas abusivas. Presionar de manera subversiva a
las administraciones, a los bancos, al Estado… no acatando injustas
represalias, no abonando impuestos abusivos, no costeando las consecuencias de
esta situación.
Como dijo Henry David Thoreau en su ensayo a la
desobediencia civil: Bajo un gobierno que encarcela injustamente a
cualquiera, el hogar de un hombre honrado es la cárcel.
Obliguemos al Estado a
rectificar. Volvamos a ser un pueblo generoso demostrando que el poder es
nuestro.
Complicado de comentar. Duro, realista y estoy contigo. No entiendo de la apatía que nos rodea. Inexplicable. a ver si alguien se anima y comienza la revuelta.
ResponderEliminarLo lógico sería pensar que es cuestión de tiempo. Pero lo cierto es que cada día que pasa y se suman despropósitos sin ver que la población reaccione me descorazona.
ResponderEliminarEn fín. Aquí seguiremos. Sin perder esperanza.
Abrazos
Totalmente de acuerdo con la Isla. Desobedezcamos de una maldita vez. Ya es hora de rebelarse ante el gobierno tan déspota que tenemos. Se puede decir más alto,pero no más claro. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarUna lectora.
Hola, muchas gracias. A ver si es verdad y nos ponemos manos a la obra. Que de esta, por lo visto hasta ahora, solo saldremos por nosotros mismos.
EliminarSaludos!