domingo, 24 de febrero de 2013

La noche en la que casi conocí a un héroe


En las inmediaciones de la “Casa de la música”, en la ciudad colonial de la Habana, se agolpan a diario asistentes ansiosos de pasar la noche en un mítico local cubano. En la cola de espera, se entremezclan bailarines locales, turistas, jineteras o cualquiera que con un poco de ingenio acostumbre a sacarle unos pesos al cándido extranjero de turno.

Los porteros, cómplices del paralelo negocio callejero, ralentizan el paso de los asistentes al local, sobretodo si estos son extranjeros. Así mismo, ofrecen entradas preferentes sin necesidad de esperar… a cambio, claro está, de una comisión económica en mano. Cualquier rasgo inequívoco de titubeo, es aprovechado con pericia por un auténtico habanero.

Entre esta corte de personajes ambiguos, llamó mi atención un joven mulato. Éste, se acercó hasta mi posición, seguro de su imponente porte y labia caribeña. Y en una forzada pero amable conversación, me abordó. Se trataba, según alegaba, de una joven promesa deportiva que ese mismo verano del 2012, quedó excluido de la selección nacional debido a una inoportuna lesión, causada en una disputa callejera.

En su tabique destrozado no escondía las evidencias, más que notorias, que apoyaban su versión como profesional del boxeo. La acompañó, explicándome el lugar donde se produjo dicha lesión; una de las falanges de su mano derecha. Visiblemente deformada con respecto al resto.

Ahora, repudiado por la selección olímpica del deporte nacional por antonomasia, debido a su indisciplina, se ganaba la vida como podía. En ocasiones, manejando un taxi ilegal o, en otras (tal y como me temía desde el saludo inicial), utilizando su ingenio y encanto... A partir de entonces, como todo cubano, debería luchar por sus cuartos fuera del ring.

La conversación se alargó por momentos, en ocasiones también yo me sinceré, pues ya no le sentía un extraño. Hasta que, de improviso, el portero de la “Casa de la Música” debió percatarse de que; no le iba a comprar una entrada preferente; no estaba atento a las jóvenes que rondaban la zona; era evidente que había perdido esa candidez de extranjero novato; y decidió que ya no debía hacer más tiempo cola.

En pocos segundos, el boxeador degradado se apresuró. Dijo su nombre, trató de vender unos auténticos puros habano, y se despidió, apretando enérgicamente con sus manos la mía, débil y blanquita en comparación. Ahí se disipó cualquier duda que pudiera albergar aún entorno a su profesión.

Hoy en día, no recuerdo su nombre, y a duras penas podría dibujar su cara, pero me gusta pensar que en el verano de las “Olimpiadas de Londres” del 2012, en el que Roniel Iglesias consiguió el oro en boxeo para Cuba, yo conocí a quién pudo haber sido el héroe nacional del momento. El héroe nacional de un deporte que en Cuba, es casi religión.

Vedado, la Habana. Agosto 2012. La isla sin Camarón.



miércoles, 6 de febrero de 2013

¿Se ríen de nosotros?


Reflexiones de un tío que duerme poco

A nadie se le escapa que vivimos una época muy difícil, una etapa en la que sin entender muy bien los motivos parece que a muchos se nos ha querido robar la capacidad de soñar. La economía, esa ciencia del todo inexacta y completamente politizada que nos han pretendido colar como el único factor para alcanzar la felicidad, realmente domina nuestra vida y, al parecer, nuestro futuro. No es de extrañar claro, nos saturan con los malos datos económicos: los precios por las nubes, las cada vez más alarmantes cifras de desempleo, los inmorales desahucios, los negocios que se ven obligados a cerrar, traducidos todos ellos en ilusiones que se destruyen y en puñaladas a la esperanza.

La situación empeora cuando observamos impotentes como las políticas actuales parecen encaminadas prioritariamente a mantener los privilegios de las oligarquías políticas, financieras y monopolistas, desangrando aún más a la sociedad civil, es decir a nosotros, y a la vez solo parecen agravar la crisis, esa que nos prometieron en 2010 que había desaparecido. Privatizan la sanidad y la educación, eliminan partidas esenciales en los presupuestos, y los destinan mayoritariamente a cubrir los intereses de la deuda pública española, mientras que un elemento se mantiene imperturbable: la corrupción. Nos piden comprensión y solidaridad para un supuesto esfuerzo equitativo y absolutamente obligatorio, sin embargo da la sensación de que a cambio lo único que persiguen es reírse de nosotros. Reclaman austeridad, pero una austeridad mal entendida, pues lógicamente sin crecimiento no hay producto, y para que haya crecimiento debe fomentarse la actividad. Recortar  en vez de racionalizar partidas dejando de lado políticas sociales y de crecimiento tan solo supondrán denigrar aún más a las economías domésticas, y por extensión mayores niveles de pobreza en nuestra sociedad. De seguir así, menguando nuestra ya débil economía, quizás caigamos en un pozo del que difícilmente podamos salir más adelante, no hace falta ser economista para saber esto.



Nunca he sido de los que busca culpables, pues siempre he creído que acusando sin buscar soluciones poco se consigue en esta vida. Ahora bien, al observar perplejo los últimos acontecimientos, tan solo sientes rabia e impotencia pues en un vaso que ya estaba de sobra sobrepasado, de repente surge un tsunami desolador, sin conocer además qué será lo siguiente. Aún sin confirmarse este penúltimo caso de corrupción, me invade una inseguridad demoledora e infinita, ya que en un país con casi seis millones de parados y la pobreza avanzando inexorable, contemplamos atónitos como aquellos que deberían ayudarnos a sobrevivir a esta crisis, incumplen lo pactado e ignoran su responsabilidad para con nosotros. Cierto es que el papel lo aguanta todo, pero espero encarecidamente que este no caiga en papel mojado. Necesitamos un soplo de aire fresco en nuestro panorama político para superar esta crisis en un principio económica, que como todos sabemos ha derivado y sacado a la luz una crisis que alcanza lo moral. La sociedad política nos aplasta vilmente, y olvidan que sin nosotros no hay Estado legítimo. Grave error. Hace falta un nuevo pacto, un nuevo contrato entre el individuo y el Estado, pues este modelo está quemado. No funciona. Si queremos escapar del agujero se ha de dar un paso más, mediante nuevas herramientas que nos sitúen otra vez en la senda del crecimiento y del progreso. Un modelo pragmático y eficiente ajeno a ideologías irrelevantes.

Cierto es que esto no ha hecho más que empezar y nadie sabe cómo acabará, pero es ahora cuando sus interminables escándalos les han puesto en jaque (Gobierno, oposición, monarquía, sindicatos, patronal…), abriendo una puerta al cambio. Una nueva constitución, un nuevo régimen electoral, un nuevo modelo territorial…, todo un volver a empezar mediante el debate, en el que retomemos las riendas de la situación y de nuestra vida, hasta ahora bajo el yugo de la maquinaria del Sistema. No caigamos en la rutina y la pereza, no sucumbamos al miedo del cambio, pensemos en quienes somos y en que queremos, y digámoslo bien alto sin olvidar que hay que escuchar lo que tengan que decirnos aunque no lo compartamos. De lo contrario mantendremos la obsoleta dinámica de siempre, que nos ha llevado a este colapso sin que nada podamos hacer para remediarlo. Quizás sea un inocente, pero aún guardo la esperanza en que todo esto marque de algún modo el final de una era y el comienzo de una nueva.

“Curiosamente los votantes no se sienten responsables de los fracasos de los gobiernos que han votado”. Alberto Moravia, escritor y periodista italiano.



Escrito por Iván Monzón. 6 febrero de dos mil trece.

Portada de esta semana de la revista
EL JUEVES - La isla sin Camarón